(VIDEO) Cómo las huertas urbanas de Buenos Aires generan soberanía alimentaria sin gastar dinero
Durante el aislamiento social, más personas se suman a la iniciativa y cultivan su propia comida en espacios que estaban inutilizados, como las azoteas.
La terraza de Carlos Briganti (57) parece un pequeño campo, instalado en el medio de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, entre edificios, humo y los típicos ruidos capitalinos, este uruguayo aprovecha cada uno de los 60 metros cuadrados que tiene la parte superior de su casa compartida para cultivar alimentos saludables, sobre el caluroso cemento porteño.
En aquel Edén para los amantes de las ensaladas, ubicado en el barrio de Chacarita, hay de todo: distintas clases de lechugas, tomates, morrones y puerros, junto a otra incontable cantidad de coloridos vegetales que crecen sin agroquímicos. «Se producen de 500 a 600 kilos de verdura de hoja, solamente entre el otoño y el invierno. En verano se triplica, porque el volumen de una berenjena, un zapallo o un zapallito, es mucho más grande», dimensiona el rioplatense.
Briganti, quien no oculta ser omnívoro, solo gasta dinero para comprar carne. Todo lo demás, proviene del techo de su hogar. «Una familia tipo se puede alimentar sin ningún inconveniente», subraya. Este ‘charrúa’ es docente y enseña plomería, a hombres y mujeres, y percibe un salario modesto. Igualmente, desde que produce su propia comida, el temido fin de mes no es más que una simple semana del calendario: «Ahorro el 50 % de mi sueldo», afirma.
La inflación, el principal problema económico de Argentina en las últimas décadas, casi no es preocupación cuando Carlos elige qué comer. Por ello, insiste en generar conciencia sobre cómo las empresas privadas definen los precios de los alimentos en el país sudamericano, que afronta altos índices de pobreza e inseguridad alimentaria.
«La solución no es irse al campo, la resistencia se hace en la ciudad»
El entrevistado, referente del colectivo El Reciclador Urbano, armó la huerta con materiales desechados, entre tachos de pintura y otros recipientes. Su objeto preferido para montar grandes macetas son los neumáticos de automóviles, en un país que fabrica millones al año:
«Les ponemos tierra [formada con basura orgánica, como madera o café] y generamos un contenedor. Estas ruedas tardan 600 años en degradarse. Sacá la cuenta del pasivo ambiental que generan estas grandes empresas. No hay una sociedad en el mundo que no descarte cubiertas».
El proyecto en la azotea empezó hace 11 años, a modo de ‘hobby’. Con el tiempo, varias personas se fueron acercando para aprender a cultivar en medio de la ciudad. El grupo fue creciendo, se armaron voluntariados y talleres. Junto al nacimiento de esta organización, conformaron el Club del Compostaje, sumado a la actividad Frutas en la Ciudad y la campaña más reciente: Acción Huerta Urbana.
Como lo indica su nombre, esa parte del equipo cultiva alimentos en plena calle, pidiéndoles permiso a los frentistas, quienes deben garantizar el debido cuidado de las verduras sobre la vereda. De esta forma, esa comida natural está disponible para todos los vecinos, al alcance de sus manos. «Les gusta. Son increíbles las felicitaciones que uno recibe. Y vamos por más, para que esto se viralice a nivel mundial. Donde hay un neumático, que haya una maceta», visualiza Briganti.
Al respecto, insiste en la necesidad de intervenir los espacios públicos, de forma directa y sin intermediarios estatales: «Eso hace políticamente a un ciudadano, para que empiece a ver la capital como un conjunto de cuestiones que tienen que ver con lo colectivo. Ahí es donde surgen estos emprendimientos exitosos». Las cuadrillas se componen de 50 personas, mientras que el movimiento fundacional tiene 25. «La solución no es irse al campo, la resistencia se hace dentro de la ciudad», sostiene.
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«Somos guardianes de las semillas»
Generar alimentos de cercanía evita la dependencia de terceros, elimina costos y reduce la contaminación que emana el transporte al trasladar productos. Asimismo, esta práctica cobró mayor relevancia durante el aislamiento social, porque resulta vital disminuir la circulación de personas y vehículos para no propagar el coronavirus.
En efecto, la emergencia sanitaria colaboró para que, en medio del confinamiento, muchas personas vieran con buenos ojos aprovechar espacios que estaban desperdiciados, y comenzaron a producir su propia comida: «El fenómeno de la pandemia aceleró este proceso».
Obviamente, no todos los vecinos pueden hacer libre uso de sus azoteas, pero Carlos remarca que podrían dar la discusión en su entorno, para lograr la soberanía alimentaria. «Vos me decís: ‘Pero vivo en un espacio común donde tenemos una sola terraza’. Pues, allí pueden producir lechuga. ‘Pero, está prohibido por la administración del edificio’. Pues, tenemos que modificar la ley de la administración. Hay que empezar a reformular las leyes para cuando los jóvenes empiecen a cambiar el mundo», comenta.
Al respecto, aclara que su grupo no intercede en la propiedad privada, sino que les enseña a otros a crear sus propias huertas donde puedan instalarlas, o al menos algunas plantas dentro del hogar, para incursionar en la nutrición no capitalista. De hecho, así como Karl Marx decía que para lograr la emancipación obrera habría que poseer los medios de producción, en 2020 estos citadinos se encargan de administrar sus propias semillas, que obtienen gracias al programa Prohuerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Además, El Reciclador también produce sus propias simientes.
«Nosotros decidimos qué variedad cultivar, cuánto y cómo. Nadie, ni Monsanto, ni Syngenta, nos va a decir qué debemos plantar», se enorgullece Briganti. Así, se tejieron redes donde los ‘huerteros’ hacen intercambios de esta preciada herramienta natural: «Somos guardianes de las semillas», subraya.
Entre las determinaciones adoptadas por este pequeño movimiento, también se decidió no fumigar, mientras los insectos típicos de la primavera empiezan a acechar en la gran ciudad. Es que, estos enemigos del sistema intentan desmitificar que se necesitan pesticidas para plantar, aunque las fumigaciones son muy comunes en el agro argentino, que se desenvuelve con poca regulación estatal. «Cuando tenés una tierra bien nutrida, no te ataca ningún bicho», asegura el hombre.
«Se tiene que masificar»
Además de plantear el debate para utilizar lugares ociosos y olvidados, como los techos de edificios, este sudamericano germina su idealismo entre las personas que se van sumando: «¿Entonces esto es político? ¡Claro que es político! Es una forma de producir, sin depender del sistema. Y la gente me dice: ‘¿Pero, cómo? ¿Dónde estoy parado?’. Estás parado en una huerta revolucionaria», expresa, recordando un típico diálogo de azotea.
Lejos de las bocinas y los embotellamientos, en el interior del país ya hay otras experiencias exitosas de cooperativas y asociaciones campesinas que generan comida sin una lógica de explotación, siendo amigables con el medio ambiente y la mano de obra. Pero en las ciudades, ello prácticamente no existe, por eso la iniciativa resulta novedosa. «Se tiene que masificar. Este es un problema urbano, y tenemos que empezar a dar respuestas», propone. El lema, es simple: «Menos cemento, más verde».
Con esa premisa, Carlos invita a imaginar una sociedad nueva, sin hambre: «Si millones de personas empiezan a producir su alimento, chau, se termina el conflicto. Y se acaba el negocio. Aunque me digan que con una huertita no vamos a salvar a la humanidad, yo creo que sí. Una, diez, miles, salvan a la humanidad». Para quienes siguen esta filosofía de vida, «es una manera de entender otro mundo posible, dentro de la urbanidad».
Sobre ello, profundiza: «No es volver a la época de piedra. Hoy sabemos que la agroecología está en condiciones de abastecer y competir con el paquete tecnológico. Produce la misma cantidad, sin gastar un solo peso. Nos han metido en la cabeza que necesitamos tecnología para producir alimentos, cuando lo único que precisás es escarbar la tierra y poner una semilla».
Pero, ¿acaso las grandes corporaciones de la industria alimenticia permitirían el mundo ideal con el que sueña El Reciclador Urbano? El optimismo está: «Es un boicot pequeño, pero cada vez más creciente y beligerante. Esto es una revolución silenciosa».
FUENTE: Leandro Lutzky para RT