Europa sin escapatoria: crisis energética, inflación y, todo indica, recesión
La Unión Europea (UE) avanza directo a una crisis energética. No tiene cómo evitarlo: posee productores de energía aliados que podrían ayudarla a sortear los cortes del suministro ruso, pero no la infraestructura para ingresar esas importaciones. Tampoco tiene el tiempo para construir esa infraestructura. Aprobó un recorte en el consumo para todos los países, pero no alcanzará. Habilitó subsidios para aliviar las facturas de gas y electricidad, pero en un contexto de aumentos inéditos de tasas de interés algunos países ya avisaron que no lo sostendrán indefinidamente, incluso cuando las reservas energéticas se agoten.
Por eso, el FMI, al mismo tiempo que pide a los gobiernos controlar el gasto, avisa que si el corte del suministro ruso se mantiene, la UE entrará en recesión el año próximo. Pese a este sombrío escenario de crisis energética, crisis económica -y no parece exagerado pensar en una crisis social-, la mayoría del bloque europeo se mantiene firme en su política de sanciones a Rusia por su invasión a Ucrania en febrero pasado. Incluso, en algunos medios símbolo del establishment económico como The Financial Times, ya se construye una épica para aguantar las múltiples crisis: «Mientras Europa garantice que sus economías sobrevivan la temporada de frío, el chantaje de Rusia habrá fracasado. No declarará la victoria en Kiev sobre las espaldas de los hogares que tiritan de frío en Viena, Praga y Berlín».
«No hay sustituto rápido para la energía rusa»
Desde el fin de la Guerra Fría, el mundo unipolar, en el que Estados Unidos es la única superpotencia, Rusia se fue insertando al sistema capitalista global. Una de las estrategias más significativas de ese proceso fue la construcción de una red comercial con Europa para el suministro de energía, no solo gas, sino también petróleo y carbón. En el proceso se construyó una interdependencia muy fuerte. La apuesta de Estados Unidos y la UE este año fue que Moscú era más débil que el bloque europeo y no podría sobrevivir a una ruptura de este vínculo y tendría que dar marcha atrás en Ucrania.
Sin embargo, el contexto actual demuestra que Rusia consiguió redirigir gran parte de sus exportaciones de energía, mientras que la UE no puede reemplazar el faltante que provocaron sus propias sanciones y, ahora, la decisión de Moscú de profundizar los cortes del suministro.
En una entrevista con El Destape, el director de estudios y economista del École des Hautes Études en Sciences Sociales (Escuelas de Altos Estudios en Ciencias Sociales, EHESS) de Francia, Jacques Sapir, explicó por qué la UE no tiene cómo reemplazar el rol protagónico que tenía hasta el año pasado el suministro de energía rusa: alrededor del 35% para el gas, entre 30 y 35% para el petróleo y entre el 20 y el 30% para el carbón.
«En primer lugar, se podría reemplazar el gas natural (que llega por los gasoductos) por un substituto natural como el GNL (gas natural licuado). El único problema es que no tenemos instalaciones para transformar el GNL en gas gaseoso y eso es muy importante», explicó el académico y agregó que actualmente el sur de la UE, que es la zona menos dependiente de Rusia, tiene dos gasoductos: uno de Algeria a Italia y otro de Marruecos a España. El primero podría ampliar su capacidad en un 10% y el segundo está fuera de servicio. «Pero la mayoría del gas de Algeria llega a Europa por barcos de carga de GNL», aclaró.
En los últimos meses se habló de dos opciones principalmente: diversificar a nuevos vendedores, como Qatar (donde el titular del Consejo Europeo, Charles Michel, estuvo de visita la semana pasada) y ampliar las importaciones de fuentes ya conocidas como Argelia. Sin embargo, ninguna de estas dos opciones son posibles en lo inmediato, según Sapir. «Estamos usando todas nuestras plantas de regasificación. Para aumentar el suministro de GNL hay que construir nuevas y eso lleva entre tres y cinco años. Además, está el problema de los barcos para transportar GNL. Esos también llevan tiempo construirlos», explicó.
En segundo lugar, el petróleo. El bloque europeo tiene muchos aliados en Medio Oriente pero Sapir, un experimentado especialista también de la economía rusa, destacó un problema de corto plazo: «Para reemplazar un suministro tan importante como el que se recibía de Rusia, países como Arabia Saudita, Kuwait o Irak, que son los que podrían vender, deberían producir más crudo.»
Tras fuertes presiones de Estados Unidos -el presidente Joe Biden incluso viajó a Arabia Saudita, pese a una relación tensa con el príncipe heredero de esa monarquía- la OPEC+ había aprobado un leve aumento de 100.000 barriles diarios (alrededor de un 0,1% de la producción global) para el mes de septiembre para ayudar a bajar los precios. Pero dado que el precio internacional viene bajando fuerte desde junio, acordaron una reducción del mismo monto para octubre.
El cartel de países productores más un grupo de países no OPEC liderados por Rusia se volverán a reunir el 5 de octubre, pero ante la perspectiva de una desaceleración de la economía global no hay muchos incentivos no políticos para aumentar significativamente la producción. Uno de los argumentos esgrimidos por las potencias occidentales era que con la salida del crudo ruso del mercado internacional, por las sanciones y el embargo impuesto por Estados Unidos, la UE y otros aliados, era necesario suplir ese hueco. Sin embargo, según la Agencia Internacional de Energía para julio, Rusia ya estaba produciendo solo 310.000 barriles diarios menos que antes de la guerra, una cifra mínima para un país que produce cerca de 10 millones de barriles diarios.
Finalmente, el carbón. «Podemos comprarle a otros países como Estados Unidos, Australia o Kazajistán, aunque en este último caso se enviarían por trenes de carga que atraviesan Rusia y es esperable que Moscú lo bloquee. El problema aquí es que los gobiernos de Estados Unidos y Australia dijeron que sí, que pueden aumentar la producción porque sus minas ya están trabajando a la capacidad máxima, pero en dos o tres años. Es decir, otra vez vemos que no es hay un sustituto rápido para la energía rusa», concluyó el académico francés.
El plan de la UE para pasar el invierno
El viernes pasado, la titular de la Comisión Europea (una suerte de poder ejecutivo de la UE), Ursula von der Leyen, informó que el bloque posee sus reservas de gas al 82%, lo que significa que se está acercando más rápido de lo esperado a su meta del 100% antes del inicio del invierno, que en Europa comienza formalmente el 21 de diciembre. Por ahora, el plan del bloque regional parece ser sobrevivir al invierno, no mucho más. Por eso, aprobó un recorte del 15% del consumo este verano para ir alimentando más rápido las reservas y, de paso, ir alertando a las sociedades de que habrá que ahorrar y mucho.
Según los cálculos de Sapir, «estas reservas suponen el consumo de 90 a 120 días», teniendo en cuenta que «el consumo diario en verano es nueve veces menor que en invierno». «Vamos a vivir de nuestras reservas desde finales de octubre o principios de noviembre, y para principio de marzo o abril se habrán consumido. Entonces, seguiremos teniendo un faltante de 25 a 30% para cubrir el consumo de gas del bloque. No es un problema hoy, pero será un problema cuando suceda. Porque el gas no solo se usa en los hogares, sino en las industrias para producir», agregó.
Por ahora no parece haber plan para sustituir en el corto plazo el suministro ruso más allá de lo que se consiguió hasta ahora. En cambio, el foco de los gobiernos está puesto en el segundo problema que provocó esta crisis energética: la disparada de precios. En la UE, los precios de la electricidad se indexan según la fuente de generación más cara, aún si no es la que se utilizó para generar esos watts. En otras palabras, en estos momentos, la luz se indexa por el precio del gas, la fuente más cara. Por eso, las facturas que reciben los europeos aumentaron mucho más que las de los ciudadanos de otras regiones del mundo, aún si la matriz energética del bloque está diversificada e incluye fuentes no fósiles y nuclear, entre otras.
Agosto, el mes pico de calor del verano europeo, fue el que tuvo las facturas más altas hasta ahora. Italia, Francia, Alemania y Reino Unido superaron los 600 euros por megawatt. Alemania, el motor económico de la UE, había tenido un precio promedio de poco más de 50 euros por megawatt durante las dos primeras décadas del siglo XXI y el mes pasado se disparó a casi 700 euros por megawatt. Esta disparada ya bajó mucho, pero como explicó antes Sapir, el consumo en verano es nueve veces menor que en invierno.
A cuatro meses del peor momento, el invierno, cientos de empresas han tenido que cerrar en la UE porque se volvió muy caro producir y, apenas la semana pasada, gran parte de las piletas públicas de París cerraron porque no pudieron sostener las facturas. Hace meses que los Gobiernos responden con subsidios directos e indirectos para contener la disparada de precios, especialmente en invierno. Grecia ya lleva gastado 3,5 puntos de su PBI, Italia más de 2,5, España más de 2, Francia y Alemania más de 1,5, según el centro de estudios Bruegel. Pero, en un contexto de alza -también inédita- de las tasas de interés para intentar frenar la inflación, ya crece el temor ortodoxo de un desequilibrio fiscal muy grande.
El Gobierno francés de Emmanuel Macron adelantó que los subsidios directos solo durarán hasta el 31 de diciembre, es decir, cuando aún falten más de dos meses enteros de invierno. Y, la semana pasada, la directora ejecutiva del FMI, Kristalina Georgieva, pidió en un evento en Bruselas que «la lucha contra la inflación sea la principal prioridad en todos lados». «La política fiscal debe proveer un colchón a los más vulnerables, habrá presión para hacer más por todos y esta presión debe ser resistida», agregó.
El FMI ha reducido sistemáticamente sus proyecciones de crecimiento para el planeta para este año y el próximo, y en julio pasado estimó que si el corte del suministro de gas ruso termina de cortarse definitivamente -lo que actualmente ya casi sucede-, la recesión será inevitable en las principales economías de la UE. «Este es un año muy difícil y el próximo posiblemente será más duro», concluyó la semana pasada Georgieva en su discurso en Bélgica.
La gran incógnita: 2023
La situación es tan dramática que la flamante primera ministra británica, Liz Truss, cambió de posición apenas 24 horas después de asumir el cargo y decretó un límite para lo que deban pagar los británicos en sus facturas de energía por dos años. En paralelo, Alemania, que hasta ahora se resistía, aceptó discutir un sistema de control de precios dentro de la UE (pese a que Rusia adelantó que no venderá a países que pongan un límite en los precios mayoristas), mientras el bloque debate cómo cambiar el sistema de precios de la electricidad que tanto celebraron en la última década.
Ya a finales de agosto, el CEO de Shell, una de las principales petroleras europeas, lanzó una advertencia clara e inequívoca, que parece confirmar el análisis de Sapir: «Es muy posible que tengamos varios inviernos en los que tengamos que buscar soluciones a través del ahorro eficiente, a través del racionamiento y con la construcción muy muy rápida de alternativas», aseguró Ben Van Beurden en una conferencia en Noruega, citada por la agencia Bloomberg. «Creer que esto será de alguna manera fácil o que terminará pronto es una fantasía que debemos abandonar. Debemos enfrentar la realidad.»
Y esa realidad que Europa debe enfrentar es que no solo podría entrar al próximo otoño sin reservas de gas y un importante faltante de energía, sino que además los Gobiernos han prometido o analizan recortar drásticamente los actuales subsidios en las facturas de electricidad y gas para detener el creciente déficit fiscal, al mismo tiempo que la inflación no habrá desaparecido y, para algunos expertos, hasta se podría mantener en cifras relevantes para las economías europeas.
Distintos gobiernos de la UE ya adelantaron que no se podrá poner la calefacción a más de una temperatura determinada, habrá un límite para las duchas calientes y hasta ya se advierte sobre posibles cortes de luz. «En algún punto, habrá una reducción del consumo a la fuerza», pronosticó Sapir. Y este sombrío pronostico se completa con una posible recesión, que según publicó la revista The Economist la semana pasada, ya es una certeza.
Las crisis sociales son en general muy difícil de pronosticar. Pero sin dudas en Europa se están empezando a acumular elementos para estar alertas el año próximo, si la confrontación con Rusia, que sigue reclamando el fin de las sanciones, no cede. Y, por ahora, las voces qué más fuerte están cuestionando la falta de un plan de la UE para frenar la crisis energética son las de la extrema derecha, un sector que ya en el pasado aprovechó las contradicciones y los errores de los líderes de las potencias europeas para crecer en las urnas.